Otro día empieza. Hay que desplazarse, pero hay que hacerlo pronto. Los turistas invaden la ciudad. Se paran a hacer fotos de todo. Entorpecen el paso. Llenan los barcos. Y son culpables de los precios exhorbitados que tenemos que pagar.
Pero los venecianos sabemos que tenemos que alejarnos de las vías principales donde incluso por respirar te cobran. Los barecillos de barrio, escondidos en las partes más alejadas de la ciudad son los sitios donde disfrutamos de nuestra ciudad, donde tan apenas hay ruido, donde Giorgio grita a Paolo que trae los víveres para su picola osteria...
Los carteles de "prohibido el paso a turistas" se repiten por toda la ciudad, incluso en edificios público. Los turistas ven unas escaleras de un puente para entrar en una casa, se aposentan allí y hacen su picnic. Son puentes privados. A nadie le gusta que entren en su portal y hagan ahí su picnic.
Viajar por el Gran Canal es imposible para los locales. Por eso, el ayuntamiento ha diseñado la línea vaporetto 3, exclusiva para residentes.
Ciertamente, Venecia, con tan solo 60.000 habitantes, vive del turismo. Pero los 365 días al año que tienen los venecianos, llenos de turistas, les hace algo refunfuñadores, al no disponer de su ciudad para su disfrute.
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